Por: Crianza & Salud / 02 febrero 2024
Durante su crecimiento, los niños y adolescentes experimentan una gran cantidad de emociones, las cuales manifiestan de diferentes formas de acuerdo con el contexto y la etapa del desarrollo en la que se encuentren. Es frecuente que los padres sientan angustia y frustración por las conductas que asumen sus hijos, dichos sentimientos los llevan a cuestionar si su rol en el proceso de crianza está siendo adecuado o no.
Para abordar estos cuestionamientos, primero se debe definir: ¿Qué son los comportamientos difíciles? Son conductas repetitivas que se vuelven un reto para afrontarlas tanto para los cuidadores como para los niños o adolescentes que las presentan. Dichos comportamientos tienen un impacto en las relaciones con los amigos y familiares, así como en la escuela y el colegio.
Entre los comportamientos difíciles son frecuentes la irritabilidad, las actitudes violentas, el riesgo suicida y las conductas disruptivas en el ámbito escolar.
Las experiencias por las que pasan los niños o adolescentes pueden despertar sentimientos ocultos y generar actitudes desafiantes que se pueden expresar, en el caso de los niños, mediante rabietas, las cuales incluyen llanto, gritos, empujones, y, en ocasiones, violencia y desafío. Esta clase de comportamiento es la manera en que los niños comunican sus necesidades y la frustración ante las situaciones complejas.
Cuando esto ocurre, es usual que los padres sientan angustia, enojo y frustración; si estas son las emociones que está experimentando, permítase un espacio antes de hablar o perder la paciencia, pues dicha situación no debe desembocar en golpes, amenazas o gritos hacia los niños. Los castigos físicos y verbales no funcionan para corregir dichos comportamientos, pues, en lugar de enmendar, generan el efecto contrario, afectando la autoestima del niño, creando la pérdida de la confianza y seguridad hacia los padres y aumentando la probabilidad de repetir a escondidas dicho patrón en el futuro.
Por esto, el papel de los padres y cuidadores es fundamental para enseñarles habilidades a los niños y adolescentes que les ayuden a identificar y gestionar sus emociones. Cuando se presentan estas conductas se debe establecer una conversación con el menor, en la que se le explique que está bien sentir la emoción que experimenta, se le ayude a entender dicho sentimiento y se tome una actitud empática para tratar de entender la situación desde la perspectiva del hijo.
El objetivo del diálogo es el de hallar la causa de dicha conducta, además de verificar que el niño tenga satisfechas sus necesidades básicas, como son el sueño, la alimentación, la higiene, la comodidad, el juego y el afecto. Así mismo, se debe indagar por otras situaciones que puedan ser causantes de estas reacciones, tales como: cambios en la rutina, ingreso a la escuela, alteraciones en la dinámica familiar, experimentar o presenciar abuso, entre otras.
Frente a las rabietas es indispensable establecer límites y rutinas que sean muy claras y consistentes, se involucra al niño para llegar a un acuerdo sobre las normas y se le explica las consecuencias del incumplimiento de estas. En el proceso de crianza es primordial que los niños sientan afecto y que el tiempo que se les dedique sea de calidad.
En los adolescentes, por su parte, los cambios que suceden en su entorno son los determinantes que más influyen en su comportamiento. Las dificultades que se presentan para superar dichos cambios pueden generar consecuencias negativas como ira, abuso de sustancias, depresión, ansiedad, bajo rendimiento académico, baja autoestima y un pobre bienestar.
Los factores que desencadenan la ira en los adolescentes son, generalmente, de origen social y están influenciados por la búsqueda de aprobación, que, a su vez, depende del nivel de escolaridad de los padres, el estrato socioeconómico, el acoso escolar, la vergüenza y las críticas. Además de lo mencionado, las expectativas académicas y el cumplimiento de las obligaciones también tienen un impacto en ellos. Al igual que en los niños, las modificaciones en su entorno familiar y escolar van a reflejar los sentimientos ocultos que estén experimentando.
Tanto para los padres como para los adolescentes esta etapa es un desafío, se busca que los hijos adquieran las herramientas necesarias para gestionar sus emociones. Por esta razón, cuando se presenten los episodios de ira se debe dejar que el adolescente exprese sus emociones, permitiéndole que se comunique y ayudándolo a reconocer las posibles soluciones y a identificar el desencadenante. El rol de los padres debe ser desde una perspectiva empática, esto es, ayudando a sensibilizar sobre las consecuencias negativas de un comportamiento violento.
Los niños, niñas y adolescentes tienen una gran influencia de los estímulos externos, por lo que el conjunto de factores de riesgo a los que están expuestos va a determinar su actitud. Así, por ejemplo, si un niño está expuesto constantemente a un ambiente violento, donde presencia abusos físicos y verbales por parte de su cuidador o siempre obtiene una respuesta de ira ante sus dificultades, va entonces a recibir un mensaje erróneo donde se refuerza la idea de que la violencia es la forma en la que se maneja la ira en las diferentes situaciones. Lo mismo sucede con la influencia que reciben del contenido violento presente en la televisión, el Internet, las redes sociales y videojuegos, que también será un modelo que el niño tomará y replicará en el futuro.
Es muy importante que los padres sean un ejemplo de comunicación y empatía, donde la paciencia debe predominar. Hay que recordar que la violencia no se elimina usando más violencia. Si dicha situación no puede ser manejada por los padres se recomienda solicitar la ayuda de un profesional, quien brindará herramientas más personalizadas para el manejo de las emociones.
Los intentos suicidas y el suicidio consumado generan un gran impacto emocional y psicológico en los familiares, amigos y personas cercanas al afectado.
Los factores detonantes de esta decisión están asociados con enfermedades mentales, como el trastorno de ansiedad generalizado, el trastorno depresivo mayor, así como el abuso de sustancias, el acoso escolar, las alteraciones en la dinámica familiar y el historial de abuso físico o sexual.
Estas conductas tienen una mayor incidencia en la adolescencia, sobre todo, en las edades entre 13 a 17 años; en edades más tempranas es más baja, razón por la que, en el grupo de edad de los primeros, debe haber una especial atención por parte de los padres. Se debe estar alerta, igualmente, frente a señales que indiquen que su hijo está pasando por alguna dificultad que no puede resolver con sus propias herramientas emocionales y que lo está llevando a conductas autolesivas.
Reconocer los factores de riesgo es sumamente crucial para lograr prevenir e intervenir estos eventos; un acompañamiento interdisciplinario por parte de psicología y psiquiatría son claves en este proceso. Así mismo, la participación de la familia es fundamental para que conjuntamente se desarrollen habilidades emocionales, sobre todo, el sentido de seguridad, con el fin de superar contratiempos y eventos estresantes que se presenten en el futuro.
Hacen referencia a conductas que ponen en desafío las normas sociales, en las que hay actitudes de hostilidad, agresión y violencia hacia las figuras de autoridad, las cuales alteran el funcionamiento del entorno en el que se encuentren.
El ámbito escolar es uno de los que presenta más consecuencias porque este comportamiento se convierte en un reto para los compañeros de clase y los maestros. Una de ellas incluye la interrupción de la atención en la temática académica, que se traduce en un menor aprendizaje y un pobre rendimiento escolar.
La causa de este tipo de conductas tiene su origen, en gran parte, en las dificultades que se están presentando al interior del hogar, las cuales refleja en la escuela. El manejo de este tipo de conductas debe hacerse en compañía de los padres, las instituciones educativas y los profesionales en psicología.
Los padres y cuidadores tienen un rol muy importante en la crianza. El abordaje correcto y oportuno en los comportamientos difíciles va a traer grandes beneficios en el desarrollo de la inteligencia emocional del niño, herramienta que es indispensable para la resolución de problemas en la vida adulta.
El manejo de estos comportamientos es un reto para los cuidadores, sin olvidar que para cuidar de su hijo también debe cuidarse a sí mismo.
Se debe tener en cuenta que situaciones como el riesgo suicida y las adicciones se previenen, pero también se intervienen, por lo cual se debe tener una buena comunicación con los niños, niñas y adolescentes para que puedan desarrollar la confianza para expresar las circunstancias que están viviendo.
En este proceso se van a presentar muchos momentos de frustración y estrés; por esta razón, los niños, niñas y adolescentes, pero también los padres, cuidadores y maestros, deben dedicar espacios para su desarrollo personal y buscar ayuda profesional cuando lo requieran.
Por: Natalia María Mazo Correa
Pediatra Universidad de Antioquia
Docente de Pediatría - Universidad Pontificia Bolivariana y
Melany Foronda Quintero
Estudiante de Medicina - Universidad Pontificia Bolivariana