¡No se preocupe! ¡Qué afán, para hablar toda la vida!
“Tranquila mija: el papá se demoró mucho en hablar”.
Hasta los cinco años los problemas del lenguaje no son motivo de preocupación.
Por: Olga Liliana Suárez Díaz
Fonoaudióloga, especialista en Comunicación Organizacional
Estas palabras que tan fácilmente dicen padres, abuelos, familiares y aun pediatras cuando los niños no hablan o lo hacen con dificultad, demuestran el desconocimiento de la importancia del adecuado desarrollo del lenguaje y sus consecuencias cuando este no avanza de la manera esperada.
Cada etapa del desarrollo infantil tiene unas características propias que se cumplen con flexibilidad, avances, retrocesos, diferencias individuales y con límites difusos. Sin embargo, esto no puede ser un argumento para ignorar señales de alarma que, atendidas oportunamente, evitan problemas mayores, máxime cuando las investigaciones sobre neurodesarrollo son claras acerca del gran impacto de lo que ocurre en la primera infancia sobre el resto de la vida.
Cualquiera que sea su causa, la lentitud en el desarrollo de las habilidades lingüísticas requiere atención y, en muchas ocasiones, intervención fonoaudiológica. El lenguaje en la niñez es un proceso de aprendizaje que, a su vez, genera otros aprendizajes, y las secuelas de su alteración pueden arrastrarse durante todo el desarrollo, afectando la vida social, escolar y laboral en las que el lenguaje cumple una función fundamental.
Al crecer, las dificultades crecen. La protección brindada por el entorno familiar en el que las necesidades son satisfechas, con traducción del lenguaje infantil, pronto queda atrás. Hacia los dos años y medio, los niños y niñas suelen ingresar al jardín y empieza a ampliarse el círculo social y las demandas de una comunicación eficiente aumentan, con afrontamiento de situaciones frustrantes.
Deben esforzarse para que les entiendan, para entender a los otros y cuando no lo logran muchas veces prefieren callar o aislarse. Son conscientes de sus limitaciones lingüísticas porque leen algunas señales en su entorno o porque otros niños o niñas les dicen: “No sabe hablar, habla enredado”.
Las pataletas, conducta normal a los dos años y medio, tienden a incrementarse o a hacerse más fuertes ante la dificultad de comunicarse. La palabra en la relación con sus compañeritos es sustituida por golpes y estrujones.
Con el tiempo, si la situación no mejora, estos niños y niñas se vuelven expertos en evadir situaciones que los exponen ante los demás y en elegir actividades de poca socialización. Al hablar, dan rodeos para evitar palabras o frases difíciles o las sustituyen por otras de fácil pronunciación.
A veces son tildados de desobedientes, pues no logran regularse por medio del lenguaje. Mientras tanto, otros aprendizajes que dependen del lenguaje pueden afectarse, además de su desarrollo emocional y social.
En ocasiones, finalmente, logran mejorar la pronunciación y avanzar en la comprensión, pero dificultades profundas en el significado, las relaciones y la sintaxis pueden arrastrarse hasta la escolaridad, afectando el aprendizaje de la lectoescritura, un sistema de signos que representa el lenguaje. Esta afectación conduce a la alteración de otras áreas académicas del proceso de construcción del conocimiento, llegando incluso hasta el fracaso escolar. En este punto, todos han olvidado las dificultades iniciales en el lenguaje.
El lenguaje se aprende en la niñez de manera natural en la vida cotidiana, en la relación con las personas y en la comunicación establecida durante las actividades diarias en el entorno cultural, lo cual quiere decir que constituyen factores fundamentales para su adecuado desarrollo la clase de apego que se establece con los adultos cuidadores, así como el reconocimiento que se haga de ellos como interlocutores válidos, de tal modo que puedan expresar deseos y sentimientos, participar en conversaciones, opinar, comprender y pensar, aun desde antes de aprender a hablar.
Cuatro aprendizajes debe hacer un niño o niña para desarrollar un buen lenguaje:
A cualquier edad se puede observar desde síntomas leves de retardo en el desarrollo del lenguaje (RDL) que con modificaciones oportunas en la relación comunicativa con el niño se superan, hasta alteraciones significativas que requieren acompañamiento fonoaudiológico.
Algunas conductas normales a cierta edad, en otra son consideradas síntomas de RDL. Por ejemplo, la jerga propia alrededor del año de edad no es una conducta esperada para alguien mayor de dos años o palabras incipientes a los tres años, cuando se esperan frases y conversaciones en un entorno ajeno a la familia.
Además de las conductas esperadas para la edad del niño o niña, se deben considerar sus condiciones de vida (quién lo cuida, si asiste o no al jardín, dónde vive, etc.), sus antecedentes de salud y la evolución de otros aspectos de su desarrollo como el motor, el social y el emocional. Allí podemos encontrar guías anticipatorias que orientan sobre la situación y las conductas a seguir: ajustar el entorno o consultar a un profesional.
La sobreprotección, que es una forma de maltrato con la que se invalida al niño o niña como sujeto y se le sustituye pensando, hablando, actuando y decidiendo por ellos, o relaciones en las que están desprotegidos o se les atiende sin una buena interacción comunicativa, pueden favorecer un RDL. En otros casos, pueden existir factores neurológicos, orgánicos o funcionales que los predisponen.
Los retrasos del lenguaje no se solucionan solos. Si son leves, evolucionan ante cambios en el entorno comunicativo como el ingreso al jardín, el enriquecimiento de la comunicación con los adultos acompañantes de la crianza o al mejorar una condición de salud que los favoreciera. Si los retrasos son significativos requieren acompañamiento profesional. Unos y otros ameritan atención de los adultos acompañantes, responsables de brindar las mejores oportunidades para favorecer un sano desarrollo.
De cualquier manera, es necesario actuar oportunamente, con consulta con un profesional de fonoaudiología, aun antes de que se llegue a los cinco años de edad, para lo cual es necesario hacer valer el derecho, pues las EPS están obligadas a prestar la atención necesaria.
Pueden también ser signos de alarma:
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