Sara, de cuatro días de nacida, se durmió a las diez de la noche. A la una de la mañana hace algunos sonidos. Gabriel, el padre, entre dormido, le dice a Juliana, la mamá: “Te tocó levantarte a alimentarla”. Ella, cansada de las labores de todo el día, se acerca a la niña y la toma en brazos, la amamanta y rápidamente se duerme. La pone en la cuna y regresa a la cama.
Tres horas más tarde sucede algo similar. Ahora, es Juliana la que le dice a Gabriel que a él le toca darle biberón, pues ella está muy fatigada. La niña toma algo y se duerme. Al fin amanece y ambos padres están convencidos de haber actuado muy bien satisfaciendo la necesidad de comer de Sara. En unos pocos días se establece el hábito de comer de noche y la fatiga de los padres solo se ve compensada por la satisfacción del deber cumplido. ¡Si Gabriel y Juliana conocieran cómo es el sueño de un niño recién nacido no la hubieran despertado cada vez y podrían disfrutar más la crianza, y, sobre todo, sin esa gran fatiga que no les permite rendir en el trabajo!
Por Álvaro Posada Díaz
Pediatra y puericultor
En el proceso de crianza los niños y los adolescentes, y al mismo tiempo los adultos acompañantes, construyen y reconstruyen permanentemente seis metas de desarrollo humano integral y diverso: autoestima, autonomía, creatividad, felicidad, solidaridad y salud.
En este caso, meta es el fin al que se dirigen las acciones o deseos de los seres humanos, y su construcción y reconstrucción no se hace para llegar, sino para vivir construyendo y reconstruyendo cada una de ellas.
La autonomía es el derecho y capacidad de orientar la vida, llegar a ser lo que se quiere para beneficio propio y de los demás. Es el camino a la libertad, preparación para la toma de decisiones y responsabilidad en todos los actos de la vida.
La autonomía significa para el ser humano llegar a ser capaz de pensar por sí mismo, con sentido crítico, teniendo en cuenta muchos puntos de vista, tanto en lo moral como en lo intelectual. Ser autónomo es conocer las capacidades y aceptar las limitaciones propias, de tal modo que se pueda pedir ayuda sin problemas cuando sea necesario.
La autonomía es autodeterminación, es decir, la capacidad de una persona para regirse por su sistema de valores y no por las presiones o influencias de los demás. La persona autónoma se gobierna a sí misma según su propia forma de pensar, pero toma en cuenta los derechos de los otros.
De igual manera, autonomía no significa que una persona haga cualquier cosa que desee o lo primero que se le antoje; esto podría llamarse libertinaje y, en muchos casos, arbitrariedad.
La autonomía implica autocontrol (capacidad de regular la conducta personal), con lo que se inhiben acciones inaceptables socialmente.
La autonomía no es una característica innata en el ser humano, sino una posibilidad de desarrollo; la verdadera autonomía lleva a una persona a hacer lo que debe, a ser ella misma su propia autoridad, pero no una autoridad arbitraria ni caprichosa, sino ceñida a principios teniendo en cuenta siempre a los demás. En este sentido, autonomía y libertad son dos conceptos íntimamente relacionados.
La autonomía es una característica del ser humano en lo personal, en lo social y en lo jurídico. Hay diversas clases de autonomía: alimentaria; del lenguaje; esfinteriana; del sueño; inmunitaria; en el asearse y en el vestirse; en la convivencia; en lo moral y en lo intelectual.
La autonomía se construye y reconstruye para afrontar la vida desde la propia individualidad, tanto en lo biológico como en lo psicológico y en lo social. La primera muestra palpable de autonomía en un recién nacido es su respiración y circulación separadas de su madre.
El proceso continúa en todos los campos y con distintas intensidades. Como todas las metas de desarrollo humano integral y diverso, se construye y reconstruye permanentemente a lo largo de la vida, teniendo a los adultos significativos, especialmente a los padres, como modelos para esa construcción y reconstrucción.
El recién nacido empieza la construcción y reconstrucción de la autonomía con la repetición de actos determinados por los adultos para conseguir autorregulación, proceso que dura aproximadamente hasta los 18 meses. De aquí en adelante el proceso se llama autocontrol, hasta los 36 meses, cuando empieza la verdadera autonomía.
Ser niño no es ser menos adulto; la niñez no es una etapa de preparación para la vida adulta. La niñez y la adolescencia son formas de ser persona y tienen igual valor que cualquier otra etapa de la vida.
Educar a un hijo es darle autonomía. Se cría bien a los hijos si cada vez dependen menos de los adultos para discurrir por la vida, por lo que la construcción y reconstrucción de la autonomía se hace paulatinamente, desde la época de recién nacido hasta la adolescencia, con claros momentos de intensificación del proceso.
Si la autonomía es ejercicio de la libertad, ¿se puede hablar de libertad en un recién nacido o en un niño? La libertad para un recién nacido significa poder gozar desde el nacimiento, con su primera respiración, de la certeza de que los adultos a su alrededor están muy atentos a resolverle sus necesidades, por lo cual podrá confiar en ellos.
La autonomía se construye y reconstruye para desarrollar la responsabilidad, lo que ayuda al niño a asumir las consecuencias de sus actos y a cumplir sus compromisos, necesidades fundamentales de la vida en sociedad.
La autonomía y la autoestima son la base para la construcción de las demás metas del desarrollo humano integral y diverso; la autonomía, igual que las demás, se construye y reconstruye progresivamente en el ejercicio vital humano.
Los padres, en la familia, dan los primeros acompañamientos; posteriormente, otros miembros familiares, la escuela y en general la sociedad estimularán y darán las oportunidades para el paso progresivo de la heteronomía (ser gobernado por los demás) a la autonomía (ser gobernado por sí mismo).
En la construcción de la autonomía en el recién nacido la madre, o quien haga sus veces, es el acompañante por excelencia, y lo es con el acompañamiento en la satisfacción de todas las necesidades, con lo cual el niño aprenderá a confiar en los demás (confianza básica en la existencia).
La construcción y reconstrucción permanente de la autonomía como eje del comportamiento se ancla en la confianza básica y en la autoestima. Al nacer se es totalmente dependiente, pero lenta y progresivamente, con el apoyo y estimulación en el ambiente hogareño, escolar y social, se va progresando hacia la autonomía. La construcción de la autonomía se hace al principio con un claro control de los padres; este control debe ser con capacidad (conocimientos), seguridad y firmeza; si hay exceso de control, no lo hay o es inconsistente, inseguro o sin firmeza, puede resultar una tendencia compulsiva a controlarse a sí mismo o a decidirlo todo de manera impulsiva.
Después, el control se debe convertir en un sano ejercicio de la autoridad, sin permisividad y sin autoritarismo. Para que el adulto pueda ejercer la autoridad, es necesario que sea autónomo, con lo cual podrá acompañar a niños y adolescentes en la construcción y reconstrucción de su propia autonomía.
El mejor modo de lograr que la relación de crianza sea efectiva en la construcción y reconstrucción de la autonomía es que los puericultores, que son todos los adultos relacionados con los niños y adolescentes, sean conscientes de su responsabilidad, estando abiertos al diálogo permanente. Es necesario recordar que, cuando se habla de adultos, se trata de todos, padres, hermanos, tíos, abuelos, maestros… que tengan que ver con el niño.
Son los padres con su acompañamiento seguro y afectivo los que crean el ambiente propicio para que sus hijos se desarrollen con autonomía y se apropien de las características que los diferencian de los demás seres humanos.
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