Por: Olga Francisca Salazar Blanco
Pediatra y puericultora
Universidad de Antioquia
La autonomía se construye desde el nacimiento. Desde pequeños, los niños deben poder elegir y tomar decisiones, obviamente con el acompañamiento de sus padres.
En los tiempos actuales se escucha con frecuencia la queja de la ‘falta de autonomía’ de muchos jóvenes y adultos, quienes viven ‘becados’ en casa de los padres hasta bien entrada la madurez, o que son incapaces de independizarse y asumir las responsabilidades con ellos mismos o tomar decisiones como formar un nuevo hogar. Esta situación debe analizarse desde varias miradas: una de ellas es el rol de la familia y la sociedad, que posiblemente no acompañan a los niños y jóvenes en el fortalecimiento de la autonomía en el contexto actual, con las implicaciones éticas que esto tiene, para ellos, como ciudadanos y, por ende, para el país.
En este artículo se tratarán los pilares del desarrollo de la autonomía, se darán algunas recomendaciones para su fortalecimiento en cada una de las etapas del desarrollo del niño y se expondrán algunas situaciones especiales para el fortalecimiento de esta importante meta.
La Real Academia Española define la autonomía como la: “Condición de quien, para ciertas cosas, no depende de nadie”. Etimológicamente proviene del griego autonomía, formada por ‘autos’ (mismo), ‘nomos’ (ley, norma), y por ‘ía’, que significa cualidad. La autonomía, desde la mirada de la puericultura, es la capacidad de actuar de acuerdo con unas normas interiorizadas y unos valores sociales aprendidos en el contexto cultural en que se vive, con características propias según el nivel de desarrollo físico, emocional, cognitivo y social. Entonces, la autonomía, que puede ser fisiológica, moral, socioemocional y cognitiva o intelectual, se construye y reconstruye durante las diferentes etapas del desarrollo. Autonomía no es hacer lo que se quiera, sin tener en cuenta la responsabilidad consigo mismo, con los otros y con el ambiente. Autonomía es tomar las propias decisiones de acuerdo con los valores éticos aprobados socialmente e introyectados en su contexto de crianza.
La autonomía, como una de las metas del desarrollo definidas por el Grupo de Puericultura de la Universidad de Antioquia, es vista como un proceso, no como un punto de llegada. Al niño se le debe acompañar activamente para el desarrollo de cada una de las metas. Particularmente en el caso de la autonomía, es posible que algunos piensen que no existe en el recién nacido, quien es dependiente del cuidado de su madre y demás puericultores para su sobrevida. Sin embargo, otra mirada puede considerar que el recién nacido continúa el proceso de autonomía que inició en el vientre materno con el desarrollo de sus propios órganos y sistemas, que funcionan en forma independiente una vez nace. El recién nacido es autónomo en sus funciones de conservación de la vida: la respiración, la digestión y el metabolismo, la regulación de la temperatura, y la producción de anticuerpos por su sistema inmunológico para defenderse de los agentes infecciosos. Pero la autonomía del recién nacido no es solo anatómico-fisiológica, también él expresa lo que siente y quiere con su lenguaje gestual y el llanto; el recién nacido es autónomo para expresar satisfacción o displacer, frente a la interacción con su madre, su padre, los demás miembros de la familia con quienes se relaciona y con el entorno en que vive.
Los pilares de la autonomía
El rol de la familia
La familia, con el acompañamiento afectuoso e inteligente que hace al niño, cumple una función primordial como corresponsable del modelado de la autonomía de este, que se estructura con base en su temperamento, así como sus interacciones y experiencias en las diferentes etapas de su desarrollo.
El rol de la escuela
Las interacciones del niño con sus pares y maestros en el jardín infantil inicialmente y luego en la escuela propician el desarrollo de la autonomía, cuando respetan las características, el ritmo de aprendizaje de cada niño y reconocen sus fortalezas y debilidades. No se favorece el desarrollo de la autonomía cuando, por el contrario, se pretende homogenizar a todos los niños, desconocer sus particularidades, o las relaciones se centran en las dificultades, sin tener en cuenta el precepto de Mahatma Gandhi: “La verdadera educación consiste en obtener lo mejor de uno mismo”.
Para promover la autonomía en la escuela, los profesores pueden orientar las actividades formativas al desarrollo de la capacidad argumentativa, de reflexión, el juicio crítico, la toma de decisiones, la responsabilidad y el desarrollo moral de los estudiantes, de la mano con el desarrollo de las capacidades cognitivas y el fomento de aprendizajes significativos. La promoción de la cultura de la autoevaluación es fundamental en el desarrollo de la autonomía y trasciende los muros de la institución educativa.
Recomendaciones para promover el desarrollo de la autonomía
El desarrollo de la autonomía en situaciones especiales
En algunos casos, como los niños que nacen de gestaciones múltiples, conocidos como gemelos, los adultos tienden a tratarlos como una unidad, y con acciones como: vestirlos igual, llamarlos con nombres similares, obligarlos a compartir juegos, juguetes y espacios en forma permanente; favorecen la dependencia entre ellos. Estos hechos pueden dificultar el proceso de individuación que se da en los tres primeros años de vida. Acciones como llamarlo a cada uno por su nombre, desde la gestación; dedicar tiempo de calidad a cada uno y reconocer sus particularidades en medio de sus similitudes, ayudan a propiciar el desarrollo de la autonomía.
En los niños en situación de discapacidad física o cognitiva es más complejo el desarrollo de la autonomía por varias razones, entre otras, porque los padres y demás adultos pueden establecer los límites de esta, sin tener en cuenta las fortalezas, sino basándose en las dificultades. Con el trabajo en equipo entre la familia, la escuela y los profesionales de la salud, pueden explorarse y explotarse otras facultades y potenciar su desarrollo. Por ejemplo, los niños con síndrome de Down tienen un ritmo menos predecible en su desarrollo, pero el fortalecimiento del vínculo afectivo y la confianza en sus capacidades pueden llevarlo al desarrollo de niveles de autonomía física y cognitiva insospechadas. Recalcamos en que debe ser el niño quien, en compañía de la familia, la escuela y la sociedad, desarrolle su autonomía y no que esté predeterminada sobre la base de la situación de discapacidad.
El trabajo con los padres, el niño o el joven en situación de discapacidad sobre el significado de autonomía en términos de independencia, conduce a una mayor autoestima. Hablar de las motivaciones y sentimientos hacia su cuerpo y hacia sí mismos, con niños, jóvenes y familias en situaciones similares y asociaciones de pacientes, también puede favorecer la asimilación del proceso.
Por otro lado, en situaciones difíciles como la separación o la muerte de los padres, el cambio de escuela, o enfermedades graves o crónicas, la autonomía del niño también puede verse afectada, mientras encuentra la seguridad o confianza en otro adulto significativo o se adapta a la nueva situación. Así mismo, los padres y demás acompañantes de crianza pueden favorecer las conductas de dependencia, porque sobreprotegen a los niños en estas situaciones con base en temores en inseguridades propias y no en la discusión de las potencialidades y capacidades de los niños.
Para terminar, como todas las metas del desarrollo, la autonomía está en continua construcción y reconstrucción, y también estas situaciones difíciles pueden ser una oportunidad para fortalecerla, de acuerdo con el acompañamiento afectuoso e inteligente que hagan los adultos significativos.